
Las urbes desarrollaron tempranamente un Ius Mercatorum, o Derecho Comercial propio. Los mercaderes elegían árbitros entre los piepowders (viajeros de pies polvorientos), para dictar sentencias en base a un sistema jurídico basado en el Derecho Internacional.
Pronto se hizo necesario proteger sus viviendas, así que decidieron construir grandes muros. Esto se financiaba de dos formas: con las multas que imponían los tribunales urbanos (véase arriba), pero principalmente gracias al sistema de cuotas proporcionales al ingreso que se amasaban para fines comunes.
Los señores laicos eran benévolos con los comerciantes que se establecían en sus tierras, y les permitían llenar sus arcas a gusto. Los obispos, en cambio, eran brutales. Hubo numerosas insurrecciones contra los obispos que se establecían en las ciudades o en los que dominaban feudos bajo los abusivos principios de la jerarquía eclesiástica.
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